El laberinto surreal de lo cotidiano
En “Día común”, Ricardo García Muñoz nos sumerge en un caleidoscopio narrativo donde lo ordinario se disloca, revelando las fisuras de la realidad. Esta colección de cuentos cortos vibra con una intensidad casi febril, pulsando entre la crudeza visceral y la belleza lírica con una maestría que desestabiliza.
El autor construye un universo literario donde la violencia, el deseo y la muerte danzan en un ballet macabro. Sus personajes —prostitutas, madres desesperadas, asesinos, amantes traicionados— se mueven como sombras proyectadas contra paredes encaladas, atrapados en espirales donde lo cotidiano se tuerce hasta volverse irreconocible.

“Día común” no es una lectura cómoda. Sus páginas exigen entrega, piden al lector que se abandone a corrientes subterráneas donde la lógica cotidiana se diluye. Pero quienes acepten este pacto encontrarán una voz auténtica y perturbadora, capaz de extraer belleza del horror y revelación de lo mundano.
En cuentos como “La yerba de Susana Medardo”, García Muñoz nos arrastra por un sendero de psicodelia rural donde los narcóticos difuminan las fronteras entre lo sagrado y lo profano. El lector puede casi saborear el polvo del camino, sentir el calor abrasador que quema la piel de los personajes mientras navegan entre la memoria y el olvido.
El lector puede casi saborear el polvo del camino, sentir el calor abrasador que quema la piel de los personajes mientras navegan entre la memoria y el olvido.
Día común
“Cien pesos” despliega una fragmentación narrativa que corta como navaja, exponiendo con precisión quirúrgica la desintegración moral de un hombre común. Cada fragmento numerado es un latido en esta anatomía del fracaso humano, donde las aspiraciones y las caídas se suceden con una cadencia implacable.
“Los testigos” quizás sea la joya más deslumbrante de la colección, un laberinto de conciencias donde la realidad se fragmenta y recompone como en un sueño febril. García Muñoz logra aquí una proeza técnica, haciendo que el lector experimente la disolución de las certezas, sumergiéndolo en un crucigrama existencial donde las respuestas se evaporan al intentar asirlas.
Lo que distingue a estos relatos es la intensidad sensorial con que García Muñoz construye sus escenarios. Los olores —a sudor, a sangre, a deseo— impregnan cada página. El tacto de una piel ajena, el sabor metálico del miedo, el rumor distante de un mar que nunca llega a verse pero que se siente como una presencia constante… Todo contribuye a crear una experiencia inmersiva donde el lector no solo lee, sino que habita estos espacios liminales.
“Día común” no es una lectura cómoda. Sus páginas exigen entrega, piden al lector que se abandone a corrientes subterráneas donde la lógica cotidiana se diluye. Pero quienes acepten este pacto encontrarán una voz auténtica y perturbadora, capaz de extraer belleza del horror y revelación de lo mundano.
García Muñoz pertenece a esa estirpe de narradores que desconfían de las superficies pulidas, prefiriendo explorar las grietas donde se filtra lo inexplicable. Su prosa, a veces áspera, a veces lírica, siempre honesta, permanece en la memoria como una herida brillante, dolorosa y necesaria.